En el Día de la no agresión a la mujer, Ana, madre de cuatro hijos fue apuñalada 17 veces frente a su hija en media calle. Los vecinos impidieron su muerte, los médicos salvaron su vida y la policía llevó al juzgado al agresor con sus manos aún manchadas de sangre, arma y testigos. Rosa, la jueza, lo liberó de inmediato, con la misma insensatez del otro juez que semanas antes creyó que para prevenir este hecho, bastaba un impedimento de acercarse a ella dictado en medida cautelar, nombre largo para un inútil pedazo de papel.
Ana vive, gracias a Dios, colegiales y cruzrojistas; pero irónicamente está viva a pesar de los jueces, para quienes los derechos del agresor fueron más importantes. Se sigue el código al dedillo, se respeta su libre tránsito; se protege con eficiencia, en horas. Sin eufemismos legales, el principal criminal ha sido un hombre violento con historial agresivo; y los principales cómplices han sido dos jueces, uno de ellos mujer.
Dos mundos. En el mundo humano quienes sufrieron violentos ataques literalmente han vivido en carne propia dolores imposibles de imaginar para quien no ha sido violado, baleado o al menos asaltado. En otro mundo viven los jueces, en una burbuja anestésica, donde parece posible separar emociones y pensamientos; sólo las máquinas toman decisiones sin sentir nada. Los marchistas llegaron al edificio de la Corte, pero no al escritorio de los jueces; quienes viven absortos en su mecánica legal. Los manifestantes claman por justicia, narran sus historias con el corazón en la mano, ardiente de ira y miedo; los jueces responden con fría mente racional y el Código Procesal en las manos. Dos monólogos de sordos no componen un diálogo.
En esta partida que se apuestan vidas humanas, jueces y periodistas han desperdiciado sus cartas.
Jueces. Los jueces intervienen cuando ya se cometió el acto violento; no les toca prevenir, sólo reprimir. Si ese es su trabajo, que lo hagan bien; si no hay campo en las cárceles, es problema del Ministerio de Justicia, no de la Corte, zapatero a tus juzgados. Tener las leyes para proteger víctimas, pero no usarlas, es ineptitud. Tener el poder para impedir una muerte, y no hacer nada, es cobardía. Dejar salir de la cárcel a un criminal reconocido es complicidad. ¿Son nuestros jueces ineptos, cobardes o cómplices?
Tres cartas de su naipe legal deberían romperse por absurdas:
1. Prohibición de acercarse. Eso no se toca. Un niño bueno entiende que a las chiquitas no se les pega ni con el pétalo de una rosa; pero un hombre de 50 años con récord de agresión no lee papelitos. Hay documentos que dicen traficar drogas es ilegal, y no lo impide. Una cortina de papel no detiene la embestida de un toro enfurecido. Los jueces ocupan vivir un rato más en el mundo real, de carne y hueso.
2. Reprimendas. “Niño malo, ¿con cuál mano fue?, pao-pao " Mientras Ana se debatía entre vida y muerte, la jueza trató al acusado como al niño que rompe un sillón. Apuñalar personas no es una travesura, debe tomarse con la seriedad que un médico toma un trasplante de hígado, hay vidas de por medio, los jueces deberían ver más a la gente y menos los expedientes.
3. Autógrafo. Como si fuera un actor de cine porque su actuación merece un aplauso, que una jueza le pida un autógrafo quincenal a un criminal por su representación de Jack el Destripador es deprimente. ¿Cómo ir a firmar cada 15 días impide un homicidio, si apuñalar alguien toma sólo 15 segundos?
Prensa. Cada vez más diarios mezclan en portada cadáveres ensangrentados con una chica en bikini; en TV el noticiario se inicia con muertos en sábanas y se termina con modelos en calzones. Por muerte o por sexo, los bajos instintos son jefes de redacción; obsesión por el cuerpo, no hay alma. La prensa nos presenta en rojo detalle el conteo de muertos, descripción de los efectos, casi nulo enfoque en las causas. Además de una compleja degradación social nacional, hay una concentración de poder en los juzgados y la supremacía de la letra sobre los valores de la ley, que frustra a fiscales y policías. Habría que ver en las historias de los involucrados, su condición socio-económica, la deformación machista, la psicología de los celos o si hubo alcohol y drogas de por medio y a su vez las causas de estas adicciones. Hay orígenes más atrás en la infancia: la falta de educación sexual integral, la TV agresiva, la valoración de las gente por las cosas que tienen, el resentimiento y sus justificaciones, la carencia de respeto al prójimo, xenofobia, homofobia, soberbia. Sociólogos indican que los medios incitan la percepción de que es normal hacer lo que veo en las noticias. Informan de la violencia, casi no la investigan, pero sí cultivan el morboso gusto por ella. ¿La dura y crítica prensa tomaría un espejo, y estaría dispuesta a valorar su cuota de responsabilidad?
Los jueces son actores principales de esta tragedia, pero se esconden tras el telón. Las víctimas deben soportar primero la violencia y después, la exhibición de todos los detalles en los medios. El juez, o jueza que facilita esto soltando agresores goza de mucho más respeto a su privacidad. Los noviazgos de una diputada joven y hasta las finanzas del arzobispo son examinados públicamente, pero los jueces son tan sagrados que ni su foto se publica. Si esta incomunicación sigue, la frustración es tan grande, que ya no quiero justicia, exijo venganza. Lo de “ojo por ojo” me suena justo, y así veremos cada vez más linchamientos y más trabajo para los sicarios. Una luz de esperanza llega con los juzgados de flagrancia. Ahora sí el maleante va rápidamente a la cárcel, lo que todo ciudadano de la calle, así sea analfabeta, entiende como justicia pronta y cumplida. Renace la fe en los jueces, juzgados y en el respeto a la ley.
La prensa es el único cordón umbilical entre el mundo de las víctimas y el mundo de los jueces; pueden darle corazón a la mente legal, llevando a la jueza Rosa a que pase dos horas en el hospital, como enfermera para curar las puñaladas de Ana, o que la acompañe a una hora de terapia psicológica. Tal vez así nuestros jueces podrían actuar como humanos, no ser simples máquinas tramitadoras de reglamentos; recordar que son hombres y mujeres al servicio de la Justicia y usar en favor del prójimo el poder que Dios puso en sus manos.
César Monge, 26 de noviembre 2008.
Publicado en Semanario del Colegio de Periodistas. 1°Dic 2008.
www.PrimeraPlana.or.cr.
http://www.primeraplana.or.cr/app/cms/www/index.php?pk_articulo=2007
Excelente aporte.
ResponderEliminarEs una realidad que vivimos en un país en el que la justicia no se hace valer. Se ven casos de personas que toman la justicia por sus propias manos y al final de cuentas, tienen peores consecuencias legales que los propios delincuentes que originaron el problema.
La justicia es nuestra concepción del bien común, y según esta concepción fueron escritas nuestras leyes. "Yo no creo en que nuestra concepción del bien común consideremos que apuñalar está bien". Definitivamente el país coincide en que los jueces no están buscando el bien común, más bien parecen estar a favor de la delincuencia.
Conforme avanzan este tipo de incidentes me he visto forzado a buscar un aliciente que me haga creer que quizás las noticias no sean del todo ciertas, porque bajo estas condiciones sería imposible vivir tranquilo. Esta es nuestra triste realidad; Realidad que nos mantiene viviendo como tercer mundistas, no por lo que tenemos sino por como nos desenvolvemos como sociedad.