lunes, 12 de mayo de 2008

Zancudos con Revólver.

El dengue y la delincuencia son idénticos. La primera vez al paciente le hierve la sangre, cuando lo pica un carterista que con 300 robos aún anda suelto. Tan pronto le pasan los 44 grados de fiebre decide inmunizarse; compra un arma. El siguiente ataque del mosquito-maleante será hemorrágico: correrá sangre. Los bichos evolucionan rápido y deciden que además del candado chino ya ocupan revólver, y mejor disparar primero. Epidemia mortal en las calles. La espiral continuaría hasta vernos actores en una película de vaqueros. El de gatillo más rápido gana el duelo y vive para contar la historia.

Hay que detener la epidemia, igual que el dengue, o acabará con nosotros. Eliminar criaderos y usar repelente. Si hay un mínimo brote, fumigar a conciencia.

En su libro “Tipping Point” o “punto de brote” el sociólogo Malcolm Gladwell, analizó como epidemia de salud la ola delictiva en el metro de Nueva York. Era suicidio entrar en él. La policía restauró luces y pintó vagones, pero además atacó delitos casi tontos: hacer graffiti y no pagar el tiquete. Cortar esas trivialidades eliminó también los atracos a mano armada y el miedo del público. Del estudio brotó un manantial de agua tibia: el ambiente sucio favorece crimen, pero uno ordenado y limpio genera seguridad. El que raya paredes hoy, asalta gente mañana.

Suena tan simple que no le damos importancia, como al agua estancada en una llanta que me puede matar. Parece urgente un trabajo conjunto de los Ministerios de Salud y Seguridad para imponer orden y aseo: limpieza de charrales, calles iluminadas, natalidad responsable, TV positiva, mejora de autoestima en niños, entre otros factores, caldo de cultivo para la paz social. Eso es prevención, no cura al enfermo actual, pero da resultados en 15 años, cuando un bebé de hoy, no se convierta en chapulín. Mientras tanto se dan esos frutos, deben atacar de raíz brotes de delitos menores, o contravenciones. La Corte no puede seguir soltando maleantes a cambio de un autógrafo quincenal. Hasta tanto se cambien las leyes, cuando la policía agarra un carterista, podría apurarse menos en llevarlos a donde el juez alcahueta. Pueden esperar 23 horas y 59 minutos, para que el ladrón no pida Hábeas Corpus a la Sala IV, pero al menos estará fuera de combate por un día. Como en promedio roba un celular diario, se bajaría 50% su efecto de contagio epidémico. Menos bichos sueltos, menos picaduras, mejor vida.

En realidad, ese capítulo del estudio científico lo habría resumido mi abuela como algo que todos sabemos: “Donde hay orden, está Dios”.

Publicado
La Nación, 12 de mayo de 2008.
http://nacion.com/ln_ee/2008/mayo/12/opinion1532935.html

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