El peluquero gay se sentó frente al pastor protestante, y le
dio una magistral cátedra de ética cristiana.
Ángel Rafael, salido del closet
desde hace rato, maquilló con respeto y profesionalismo al Justo diputado para
la entrevista de TV donde el legislador predicaría que la homosexualidad es una
enfermedad curable, y que esa minoría no merece más derechos porque ya tienen
el “privilegio” de estudiar y trabajar entre nosotros, a pesar de ser tan
pecadores, que darles Seguro Social nos quebraría a todos y que son un peligro para la sociedad. ¿Y por qué no se armó un pleito? ”Porque yo respeto a Justo y no lo discrimino”,
dijo Angel. Aclaró que aunque no está para nada de acuerdo con esas opiniones,
atacarlo sería caer en lo mismo que se le critica “y hay que predicar con el ejemplo”. La foto en facebook se volvió viral en cuestión
de horas, con las declaraciones finales “me
caiga bien o mal, al final de cuentas todos somos seres humanos e hijos de Dios”.
Si veo el mensaje, y no al mensajero, me
queda claro quién fue mejor predicador.
La tolerancia no
es adhesión. Yo
tolero las creencias de quienes consideran impuros los mariscos y el cerdo, sin
que eso me obligue a dejar los chicharrones ni el ceviche de camarón. Respeto
preferencias deportivas y políticas de los demás, sin que eso ponga en la más
mínima duda mis convicciones. Respeto
a la gente cuya religión no los deja tomar café, y ellos respetan que yo sí
tomo por motones esa oscura bebida. Practicar este respeto y tolerancia en un
mundo globalizado no ha minado en nada mi identidad personal, no me ha
ocasionado daños, todo lo contrario, me hace mejor humano. Que otro viva su
vida diferente a como yo quiero vivir la mía no es en sí ninguna agresión a mi
integridad. Por otro lado, sí considero
muy ofensivo que alguien me discrimine por mi combo de creencias.
¿Somos religiosos?
Según el justo
pastor, la religión define a la familia, de forma intrínseca. Eso no calza con
la realidad nacional: la mitad de los matrimonios no se casaron por la Iglesia Católica,
planifican con píldoras o condones, y no van a misa semanalmente, todo lo cual
incumple las normas vaticanas. La familia tica promedio sí irrespeta la
religión oficial del país, pero no se siente pecaminosa. Se “toleran” a sí mismas estas excepciones porque en la práctica, se sienten unidos por
algo más que un rito religioso. Eso sí, dos mujeres agarradas de la mano viéndose
bonito constituyen un escandaloso pecado que será pagado con infierno en el más
allá, y con discriminación en el más acá.
¿Paja en el ojo ajeno?
Ningún macho “de a
por derecho” se
va a casar con otro hombre sólo porque se vuelva una opción legal. No se va a
devaluar mi título de “matrimonio
legítimo” por darles derechos a parejas que tengan otro esquema de
creencias. La satanización del proyecto de ley es injusta, porque casi nadie la
ha leído; en realidad no irrespeta los valores personales, religiosos, ni la
preferencia sexual de la mayoría. Seamos
prácticos, las parejas gay ya existen, todos conocemos al menos una; la
realidad objetiva es que ya forman un hogar, conviven y comparten
responsabilidades. Sólo ocupan una solución legal- administrativa, para algunos
temas cotidianos, como que el jefe de hogar pueda asegurar en la Caja, como
dependiente económico, a su pareja que se dedica a labores del hogar; o que el
enfermo en hospital pueda ser visitado por su ser querido más cercano. Actualmente,
la pareja del mismo sexo es para efectos legales un tercero, un extraño sin
parentesco que no puede tener esos derechos económicos, y humanitarios.
Yo apoyo solucionarles esos temas simples a dos personas que
se quieren. De por sí, negarles ese derecho no lo les “endereza” la preferencia
sexual, como cree el justo legislador, ni dejarán de vivir juntos. Negarle derechos a una minoría no refuerza mi
masculinidad, ni mi cristiandad. ¿No es
la caridad amar al prójimo como a mí mismo, y ser solidario con mi hermano en
necesidad?
Ing.
César Monge Conejo. 07 de junio 2012